Cuando trabajé en Nogales como Directora de una escuela primaria, me sucedió una rara experiencia, yo llevaba a mis dos pequeñas sobrinas de uno y dos años respectivamente quienes están bajo mi custodia, y una de ellas se me enfermó seriamente del estómago, ningún medicamento la podía aliviar. Le conté a una señora el caso y me comentó que ella conocía a una sobadora, me dijo que me podía llevar ya que era su vecina.
Cuando llevé a la niña, experimente eso que ya les platiqué: Me pregunté ¿Que estoy haciendo aquí? ¿Por qué vine precisamente a este lugar tan alejado de mis sueños y pensamientos? La casa era pequeña y bonita, para mi gusto decorada a la antigua, se veía que los muebles tenían años de uso, la cocina y la sala eran de una sola pieza, muchos cuadros en las paredes. Sin embargo todo parecía estar cubierto por una neblina, una semioscuridad reinaba en el lugar, yo no veía entrar la luz , a pesar que se veían ventanas y afuera estaba cálido y soleado. De repente sentí que del pasillo oscurísimo que quedaba atrás del sillón donde estaba sentada alguien me miraba, con curiosidad escudriñé el lugar de donde provenía la energía y aunque no había nadie, sentí que era alguien bajito de estatura.
Poco después la señora, de una edad aproximada entre 50 y 60 se preparó para sobar a la niña y empezamos a platicar, le comenté que era Directora de la escuela "Abelardo L. Rodríguez" y que tenía poco tiempo ahí, no creerán lo que sucedió después; ella se puso sumamente triste y me dijo que un nieto suyo, amadísimo, había muerto en la escuela, dijo que el niño padecía asma y que una mañana lo pusieron a correr y cayó desplomado en la cancha de la escuela, golpeándose fuertemente su quijada y su cabecita, que ahí mismo convulsionó y murió. Ella lloraba mucho porque el niño era su compañía, prácticamente vivía con ella, nunca se quería ir con sus padres. Pero mientras la señora me contaba la historia yo supe que la personita que había sentido era su nieto y que estaba triste por ella, tanto o más que su abuela.
No supe de donde saqué valor y le dije" Señora, usted no está sola, su niño aquí está y no es feliz de verla a usted sufrir tanto, aquí mismo lo estoy sintiendo, le sugiero que lo deje descansar en paz, él la ama y donde quiera que vaya la va a amar, le suplico, deje de llorarlo, salga, vaya a la iglesia, busque ayuda, porque eso no es bueno para él"
Ella me escuchó muy contenta de que le dijera esas cosas, mencionó estar dispuesta a buscar ayuda. Dios quiera que lo haya hecho.
En la escuela investigué lo que pasó y me contaron una historia diferente: Que el niño traía desatadas las agujetas y se cayó, muriendo en brazos de un profesor, que él mismo me platicó que cuando llegó el doctor lo resucitó pero a los días técnicamente volvió a morir. Cabe mencionar que el maestro dijo que cuando murió en sus brazos, el niño tenía un semblante de paz y comentó que cuando lo fue a ver a la funeraria, su rostro ya había cambiado y su semblante era de dolor y agonía.
Siempre hay que llorar por nuestros seres queridos que se nos adelantan en el camino, pero no tanto que no los dejemos descansar en paz.